La chica del sombrero arrastra una silla por la nieve. Anda sin mirar atrás. Su cara no dice nada y eso provoca que en mí se despierten un montón de interrogantes. Me cuesta seguirla, siempre que estoy apunto de alcanzarla acorto el ritmo de mis pasos para no hacerlo.
Me gustaría ser Superman para ir volando hasta ella y preguntarle: “¿tiene algún problema, señorita?” Ella no sabría qué responder y yo me la llevaría volando en una hermosa mañana de invierno. Pero de momento no soy Superman, aunque no pierdo la esperanza, Estoy ahorrando dinero para una preciosa capa roja y empezar cuanto antes mis clases de vuelo sin dolor.
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