Estuve viviendo un año en el asteroide B331. Cómo llegué hasta allí es una historia que me guardaré para otro cuento.
Mi asteroide pertenece a la misma región que los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. Estos son los únicos que están habitados de los 420 que componen la región. Son tan pequeños que viven en ellos una sola persona. Yo nunca conocí a ninguno de mis vecinos, pero supe de su existencia por la única visita que recibí en todo aquel tiempo: un niño rubio de ojos enormes y curiosos.
Como muchos de vosotros habréis sospechado mi pequeño planeta es el octavo que visitó el Principito. Pero por alguna razón Antoine de Saint-Exupéry decidió no mencionarlo en su libro. Quizás no lo hizo porque era el menos interesante o tal vez simplemente el Principito no le habló de mí. ¿Quién sabe?
Ahora yo quiero contar aquí el encuentro que tuve con él principito, un encuentro que cambió mi vida
Mi asteroide no medía más de 100 m y solo poseía un manzano que daba peras, una roca que yo utilizaba de asiento para contemplar las estrellas y una vieja pala. Al estar más elevado que el planeta Tierra, se podía divisar la gran bola azul desde cualquiera de sus orillas. Parecía que de un salto pudiera llegar hasta ella, pero sabía que, en realidad, no era así. Mi sueño era salir de allí y volver a mi casa, pero no tenía ni idea de cómo y ya comenzaba a desesperar cuando una dulce voz me despertó una mañana:
-¿Para qué quieres una pala?
-¿Eh…?
-¿Para qué quieres una pala? –insistió la voz-.
Me froté con fuerza los ojos para verificar que no estaba soñando. Delante de mí había un niño de no más de 13 años vestido de azul y con una bufanda color oro mirándome como si lo que me estuviera preguntando fuera la cosa más seria del mundo.
-¿Para qué quieres una pala?
- Para nada, ya estaba aquí cuando llegué. ¿Y, tú, quién eres? ¿Y cómo has venido a parar a este lugar?
-¿No tienes curiosidad por saber si hay algo enterrado?
-¿Qué puede haber enterrado en este desierto? Dime… ¿has venido en algún tipo de artefacto?
-Podríamos intentar excavar. A lo mejor encontramos algo.
-¿Algo… como un tesoro?
-¿Un tesoro? Sí, eso, un tesoro.
-Un cofre con miles de monedas de oro -le dije burlonamente-.
-¿Es eso un tesoro?
-Claro, ¿qué es para ti un tesoro? -pero no quiso o no supo responderme-.
En los días siguientes aprendí que no debía hacerle preguntas a mi nuevo amigo. Nunca las contestaba. Sin embargo, él me podía hacer a mí cientos de ellas en tan solo una hora. Aunque su carácter me sacaba a veces de quicio, me alegraba tenerle cerca, ya no estaba solo. Me contaba historias de sus viajes, me hablaba de las personas que habitaban los otros asteroides y le encantaba que le dibujara los objetos más variopintos. Pero lo que más le gustaba era coger la vieja pala y excavar. Era incansable. Lo más sorprendente es que a lo largo de un día podía encontrar más de una veintena de objetos. Ninguno era de mucha utilidad: regaderas, zapatos, latas, sartenes…. Pero cada vez que encontraba uno me gritaba: “¡Mira, otro tesoro! Mi pequeño asteroide cada vez se parecía más a un viejo almacén abandonado.
Una noche estrellada mirábamos al planeta Tierra. Ese día se cumplía un año de mi llegada a mí extraño asteroide y yo estaba especialmente triste. El lo notó.
-Allí abajo está tu casa, ¿verdad?
-Sí.
- ¿Te gustaría volver?
-No hay nada en el mundo que desee más -le dije mientras se me escapaban las lágrimas-.
-Te cambio mi bufanda por tu pala.
-Para que voy a querer tu bufanda.
-Para volver a tu casa.
Me explicó que solo tenía que subirme a ella, como el que monta a una tabla, y dejarme caer, ella se deslizaría como una pluma hasta aterrizar en cualquier lugar de la Tierra. Cuando el misterio es demasiado impresionante es imposible desobedecer. ¿Y cómo volverás tú a tu casa?, Era inútil preguntárselo, nunca contesta las preguntas. Lo único que me dijo es que seguro que con su pala encontraría algo enterrado que le haría regresar. Yo le creí o le necesitaba creer.
Fui descendiendo como un avión de papel por el cosmos mientras el Principito me decía adiós con la mano.
Aún conservo su bufanda como el mayor de mis tesoros. El Principito me enseñó lo que es un tesoro.
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