viernes, 14 de agosto de 2009

LA TEORIA DE AJU (nuevo)

A Aju le gustaba escribir relatos de amor. Pero en ellos no había puestas de sol en Venecia con besos de tornillo ni tampoco sábanas de seda. Además, sus protagonistas no se deshacían en miradas infinitas y en despedidas llenas de lágrimas, ni jamás se decían te quiero o se besaban. Las historias de Aju eran de amores imposibles. Sus relatos siempre tenían finales tristes. A Aju le gustaba que acabaran así. Porque según él lo que no termina mal, no termina nunca. Y un buen cuento tiene que tener punto final, decía siempre frotándose la barbilla con aire de erudito.


Antes de ponerse delante de la página blanco, se quedaba mirando durante un largo tiempo al techo de su habitación. Bromeaba diciendo que estaba pasando el censo al gotéele. Pero lo que realmente hacía era imaginar extrañas historias de amor que luego plasmaba en el papel. Como la de un palillo muy delgado y una cerilla muy coqueta con la cabeza muy roja, que en su primera noche de pasión acabaron ardiendo los dos. O la increíble historia de amor entre una aguja de punto y un globo, que se conocieron en la fiesta de cumpleaños de un niño repelente llamado Fernando. El niño repelente acabó hundiendo a la pobre aguja de punto contra su amado globo, consiguiendo que este estallara sin ni siquiera poder despedirse de su enamorada. O la de un pimiento que por no importarle nada de la vida terminó solo y arrugado en un carrito de la compra.


Aju se llamaba así porque estas fueron las primeras palabras que pronunció de bebé. Cuando nació y le golpearon en el culo en vez de llorar se puso a reír. Su abuelo dijo: “ya tendrá tiempo para llorar” y todos los familiares rieron divertidos de la ocurrencia.
Aju coleccionaba molinillos del viento que traía del bosque que estaba cerca de su casa. Nadie sabe dónde los guardaba. El me guiñaba un ojo y me decía: “es un secreto que algún día descubriré”.


Ahora Aju es muy viejo. Más que su abuelo cuando él nació. Ahora Aju es mi abuelo y se ha ido para siempre. Me ha dejado una vieja maleta con una nota que dice que solo la abra un día que me acuerde mucho de él. Hoy es ese día porque se acaba de ir y ya le echo de menos. Abro la maleta y salen miles de molinillos de viento que flotan por toda la habitación. La brisa que entra por la ventana se los lleva volando hacia un cielo muy azul. Yo me subo a la cornisa y les grito que viajen donde está Aju. Que le busquen. Que en algún sitio se encontrará. Porque lo que no termina mal, no termina nunca.

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