viernes, 14 de agosto de 2009

EL SOMBRITA

El Sombrita” se dedicaba a limpiar botas en la acera del bar donde yo trabajaba. Aprovechaba el sobretecho de nuestro local para protegerse del sol en verano y de la lluvia en invierno. Creo que, en realidad, se llamaba Juan Antonio. Pero, todo el mundo lo conocía como “El Sombrita”. Le habían puesto este apodo por la profunda admiración que él sentía hacia el gran torero Álvaro Torres “El Sombra”. Su silla y su cajón de limpia estaban llenos de fotos y recortables de su ídolo. No se perdía una corrida suya cuando toreaba en las ventas y siempre decía que no había existido ningún torero como él desde Belmonte.

“Sombrita” había emigrado a Madrid desde un pueblecito de Extremadura hace veinticinco años. Y seguía viviendo en la misma pensión que ocupó cuando vino de maletilla. Llegó para ser torero pero no tuvo mucha suerte. No pasó de torear novillos en plazas de mala muerte y varias veces acabó detenido u hospitalizado por salir de espontáneo en corridas de renombre.

Todo el mundo en el barrio quería a “El Sombrita”, era parte de la calle y de sus gentes. No solo se ganaba la vida de limpia. Por cuatro duros te pintaba la casa, te descargaba una furgoneta, te iba a por un recado o hacía de vigilante en una obra cercana. El verano era de vacas gordas porque utilizaba lo que el llamaba el merchandising, entonces para realizar su oficio se ponía una montera de torero y usaba una espada con su capote para hacerse fotos al lado de turistas con poses de torero. A ellos les encantaba y él conseguía ganarse con aquello unas monedas.

Para “El Sombrita” la vida de saludos, sonrisas y fotos acababa a última hora de la tarde cuando recogía sus bártulos. Entonces se apoyaba en la barra del bar y pedía lo de siempre. Bebía sin parar hasta la hora de cierre. Nos contaba embriagado sus mil peripecias como maletilla y con lágrimas en los ojos nos desgranaba paso a paso las corridas en la que había visto a su admirado “Sombra” triunfar. En ese momento cogía su espada, su capote y emulaba al torero en pases imposibles mientras los parroquianos del bar le gritaban olé, olé... con la ayuda de algún borrachín que le hacía de toro. Luego alguno de los vecinos lo metía en la cama y hasta mañana que será otro día.

Un día de agosto a las cinco de la tarde cambió para siempre la vida de “El Sombrita”. Por la acera de nuestro bar paseaba nada más y nada menos que el mismísimo Álvaro Torres, más conocido por “El Sombra”, llevaba un elegante traje gris marengo y el pelo lleno de brillantina. Andaba como si hiciera un infinito paseíllo. Se quedó mirando con atención el asiento de “El Sombrita”. Imagino que sorprendido de verlo lleno de fotos, recortes y estampas suyas. Por no hablar del capote y de la espada que colgaban de sus asas. Tomó asiento y esperó a que alguien le atendiera. En ese momento mi amigo todavía no le había visto. Yo le avisé diciéndole que hoy tenía un cliente muy especial. Aunque las mesas de la terraza estaban limpias, salí fuera a darles un repaso, no me quería perder ni la cara ni la conversación que tendría con su admirado torero.

La mirada de mi amigo se volvió como la de un niño. Un extraño rubor le apareció en la cara. El color de la felicidad pensé yo. “El Sombrita” se arrodilló no sé si para limpiar los zapatos del torero o como mero acto de reverencia.

-Maestro, para mí es un honor pulirle los zapatos.

-¿Tienes de este color? Mira que esta piel es muy delicada -decía todo esto mientras abría un periódico que le tapaba todo el rostro.

-No se preocupe. Los trataré como si fueran de porcelana. ¿Se toma algo? Si no es molestia le convido yo.
Dos chasquidos de boca le bastaron para decir que no. “El Sombrita” estaba visiblemente nervioso, pero su ilusión no bajó ni un ápice.

-Maestro, ¿ha visto que tengo el kiosco lleno de fotos suyas? Para mí usted el lo más grande. Si me permite la opinión y con todos los respetos, su mejor faena fue la de Puerto de Santa María. Me acuerdo perfectamente. Iba vestido de nazareno y oro. Tocaron a matar en el quinto toro, se llamaba “barruco”. Usted llamó al toro y le pegó el pasé cambiao más grande que está en los escritos. Luego le dio tres naturales. Seguidamente se perfiló muy en corto y entró a matar…

-Si no te importa, el toreo déjaselo a los toreros y, tú, preocúpate de limpiar botas.

El rostro de “El Sombrita” dibujo un gesto que jamás había visto en él. Se puso de pie y arrancó de un manotazo el periódico de “El Sombra”. Este se levantó y se puso a la altura de “El Sombrita”. Le sacaba tres cabezas y su espalda era el doble de ancha que la del limpia botas. Parecía un toro de Mihura a su lado.

-Maestro, yo también soy torero y mi fuerte son las chicuelillas. No me menosprecie.

Esta frase hizo estallar una sonora carcajada en “El Sombra”, que estuvo riéndose durante un tiempo que a mí me pareció eterno.

-Tú, lo que eres es un payaso -dijo mientras se daba la vuelta y le tiraba un billete de veinte euros al suelo.

Nada más alejarse unos pocos metros, oyó a sus espaldas un quejido que procedía de la garganta de “El Sombrita”. Era el grito de un torero que intenta llamar la atención del toro. Álvaro Torres alias “El Sombra” se dio la vuelta y vio al limpia con la espada en posición de entrar a matar. Miró sus ojos y no tuvo dudas de que estaba delante de un torero. Cuando quiso reaccionar ya tenía el corazón atravesado por la espada de “El Sombrita”. Cayó fulminado. Tuvo tres convulsiones y empezó a soltar sangre por la boca. Estaba muerto.

Yo que de otra cosa no, pero de toros con el tiempo llegué a entender bastante, jamás vi una entrada a matar como la del “Sombrita”

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